¿Estaría dispuesto a gastar una parte de su sueldo para proteger los bosques y los páramos que rodean a Bogotá? Esa es la estrategia que desde diciembre está impulsando la CAR Cundinamarca para conservar estos frágiles ecosistemas de los que depende el abastecimiento de agua de la capital. Se trata del programa BanCo2, una iniciativa que busca que las familias que habitan estos territorios se conviertan en sus guardianes a cambio de una retribución económica.
Uno de los primeros beneficiarios es Alirio Jiménez, un campesino de Sesquilé que tiene 10 hectáreas dentro del complejo de páramos de Chingaza y quien se comprometió a no aumentar la extensión de sus cultivos de papa para proteger el bosque nativo que tiene en su finca. Como la suya, otras 22 familias de Cundinamarca recibieron ayer el primer pago por conservar estos ecosistemas en el departamento.
Según Néstor Franco, director de la Corporación, “en el país ya hay más de 1.200 familias vinculadas a BanCo2 y la idea es que en estos cuatro años alcancemos una cifra parecida solo en Cundinamarca. No hay que olvidar que en esta región se produce el 33% del PIB del país y parte de esa riqueza se debe distribuir entre quienes aseguran que existan los recursos naturales para crearla”.
El programa BanCo2 comenzó hace tres años gracias a una alianza entre Cornare y Bancolombia para promover el pago por servicios ambientales en la región de oriente antioqueño. “El Censo Agropecuario mostró claramente que muchas de las zonas más ricas en biodiversidad son al mismo tiempo las que tienen peores cifras de pobreza y desigualdad. Por eso la conservación no debe verse únicamente como una exigencia que le hace el Estado a la gente, sino como una manera de brindarle alternativas para que no tengan que talar los bosques para subsistir”.
En promedio, los beneficiarios de BanCo2 como Alirio Jiménez reciben entre 400.000 y 700.000 pesos mensuales por su labor. El pago está sujeto a la verificación del cumplimiento de los compromisos de conservación y, sobre todo, a la consecución de recursos a través de la plataforma virtual del proyecto. “En esta primera etapa tuvimos el apoyo de algunas empresas asentadas en Bogotá y de ciudadanos interesados en el proyecto. Pero necesitamos que mucha más gente entienda la importancia de compensar nuestro impacto ambiental apoyando la conservación de los ecosistemas que proveen los recursos vitales como el agua y el aire”, explica Franco.
Por eso, en la página web del proyecto hay una herramienta que mide la huella de carbono que cada uno de nosotros causa con sus actividades diarias y calcula el valor económico de compensarla. Allí también aparecen las familias asociadas y existe la posibilidad de escoger a la destinataria del pago voluntario por sus servicios. “Esto no es un programa asistencialista en el que recibimos una limosna sino una retribución justa por el cuidado recursos que nos benefician a todos. Ya era hora de que la conservación empezara a ser vista desde la oportunidad y no desde el castigo”, concluye Jiménez.
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